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viernes, 2 de julio de 2010

EL IDIOMA DE LA INFANCIA


La escuela, el patio, una canción patria, el dulce de leche, Manuelita... primeras postales de la argentinidad
Hernán Casciari
Para LA NACION


BARCELONA
A que cuesta explicar la patria en abstracto? Ustedes, los que viven en ella, están casi obligados a hacerlo en estos días, por culpa del Bicentenario. Se rompen la cabeza para encontrarle una respuesta a dos preguntas: ¿qué es Argentina?, ¿qué es ser argentino? Los números redondos generan la urgencia, falsa, de practicarle un subtotal a la identidad. La patria cumple 200 años y entonces, a las apuradas, ustedes tienen que explicarla, tienen que decir por qué quieren a la patria, por qué vale la pena quererla. De repente, tienen que trazar la línea del afecto y de la filiación para seguir adelante. Les diré algo: claudiquen. No se rompan la cabeza, dense por vencidos. Los que vivimos fuera del país (y sobre todo, los que tenemos hijos que han nacido fuera de Argentina) hacemos ese esfuerzo vano todos los días -mañana, tarde y noche-, no una vez cada doscientos años. Y nunca llegamos a ninguna conclusión.
Por las mañanas, con cada pregunta infantil, mi hija me hace pensar en el abstracto de la argentinidad. Tengo que explicar la patria en el desayuno, de camino al colegio, con ella de la mano.
-Ser argentino, hija mía, es precioso -le digo-. Si vos vivieras allí ahora, con tus seis añitos, tendrías que ir al cole a las siete treinta AM, que en invierno es todavía noche cerrada; tendrías que ir al cole a veces con cero grados, pisando la escarcha del pasto, y la señorita te haría formar en el patio junto a otros nenitos en estado de coma profundo, y todos cantarían alta en el cielo un águila guerrera, y sentirías el frío de mayo congelándote el purpurado cuello, y así durante los primeros doce inviernos de tu vida, hasta que te entre en el pecho la argentinidad o la neumonía, lo que llegue primero. Ser argentino, hijita, es sentarse en un pupitre y aprender a decir yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos, durante una década entera, y después salir a la calle y no decir Tú ni Vosotros nunca más, ni aunque te fajen. Ser argentino es tomar mate los primeros cuarenta años de tu vida sin saber por qué; y tomar Uvasal los segundos cuarenta años sin saber por qué. Ser argentino es no encontrar relación entre la mateína y la acidez.
Y por las tardes, durante la merienda infantil, mi hija me hace plantear otra vez el problema de la argentinidad. No una vez cada doscientos años: cada tarde.
-¿Qué estas comiendo, hija mía? -le pregunto- ¿Por qué no le estás poniendo dulce de leche a esa banana, a ese pan con manteca, a ese pedazo de queso, a esa torta de coco, a ese yogur, a ese flancito? ¿Por qué no le estás poniendo dulce de leche a todo, hija, me querés matar de un disgusto? Ser argentino es ponerle dulce de leche a lo frío. Ponerle queso rallado a lo caliente. Ponerle limón a lo frito. Ponerle cara de asco a lo hervido. Eso es ser argentino, hija mía. Andá a buscar el dulce de leche antes de que me ponga violento.
Y por las noches, cuando escuchamos canciones infantiles antes de dormir, cuando ella me pregunta "¿otra vez Manuelita"?, que es su forma de preguntar "¿por qué soy argentina?", ensayo otra vez mis respuestas bicentenarias:
-Ahora tenés seis años, pero después, un día, vas a tener veinte. Y entonces podrás descubrir las "otras" canciones de María Elena Walsh. No. No quiero decir que te vas a olvidar de Manuelita, o del Twist del Mono Liso o de la Reina Batata. Eso es imposible: las vas a tener en la cabeza siempre y te van a hacer feliz toda la vida. Porque eso es argentinidad. Pero más adelante estarás en edad de conocer las otras canciones. Cuando seas grande será hora de que esa mujer deje de ser, en tu cabeza, la que canta cosas para chicos, y empiece a ser la representación de la dignidad. Vas a empezar por "Serenata para la tierra de uno". Y si la letra de esa canción te hace llorar justo en el verso que dice "porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos", si justo ahí empezás a llorar y a sospechar que María Elena hablaba de vos y de mí, de un padre y de una hija, es porque ya serás argentina para siempre, aunque hayas nacido en otra parte.
Cuando mi hija se duerme yo también me acuesto. Y no una vez cada doscientos años, sino cada noche, pienso en el día en que ya no estemos juntos. En el día que sea ella sola en el mundo. Y a veces escribo en secreto unas palabras más, para que ella lea cuando yo no esté:
-Papi nació en un lugar maravilloso -dice esa carta secreta-. Si escuchás en la tele otra cosa, es mentira. Papi nació en un país al que nunca le fueron bien las cosas, pero que huele a tierra mojada y en el que, mires para donde mires, siempre hay algo que es verde y alguien que es tu amigo. Hacele acordar a mamá, todos los días, que querés pasar un mes al año en ese lugar que hoy cumple doscientos años. Si te dice este verano no, volvé a insistir. Si es necesario llorale una noche entera, pero no dejes de ir nunca, porque también naciste allá. El cuerpo nace en un único lugar, pero el corazón puede nacer en dos, hija; por eso existe la frase "se me parte el corazón". No creas en lo que dicen los DNI, ni el tuyo ni el de nadie. Los que anotan fechas y ciudades en los documentos no saben nada. Y si los chicos de tu colegio te preguntan por qué vas cada verano al culo del mundo, vos deciles: "Porque quiero estar completa".

Gracias Patricia por hacermela llegar